TEMA 4


L’Esperance

 

Tan pronto el ATR 42 despega de aquel pequeño aeropuerto regional –suspendido de alguna manera en una cápsula atemporal de romance perpetuo– tus ojos acuosos comienzan a llenarse de lágrimas.

 

“A ver, Guadalupe tampoco puede estar tan mal, ¿no?”

 

Tu mirada se pierde por los cielos sin detenerse en punto alguno mientras el Mar Caribe se va convirtiendo en una masa de agua irreconocible, idéntico al Egeo, el Adriático o acaso inclusive el Pacífico.

 

“No te preocupes por los problemas que ya ellos se preocuparán por ti”

 

El líquido acumulado en tus lacrimales navega por tu aparato respiratorio, inunda tus fosas nasales, te obliga a tragarlo, baja por tu garganta, satura tus papilas gustativas y finalmente humedece el valle de tus ojeras.

 

“Perdona, es solo que me parece que te vendría bien una sonrisa.”

 

Tus cascos son una fortaleza y de golpe mi concepción de la palabra aislamiento adquiere toda una nueva dimensión. Me da la impresión de que en estos momentos nada podría importar menos que el tipo de música que atiborra tus sentidos.

 

“Pero Pointe-a-Pitre, ¿de verdad es así de horrible?”

 

El vuelo es especialmente corto en esta ocasión –viento de cola, explica alguien–. Tan pronto atravesamos la delgada capa de nubes diviso el contorno turquesa de los cayos alrededor de Terre Haute y caigo en cuenta de que nunca llegaré a reunir el coraje suficiente para dirigirle una de estas líneas a la bella plañidera sentada a mi lado.

 

 

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